Estamos en Barcelona, en la década de los ochenta, en el Barrio Chino. Allí, en pleno desierto preolímpico, se cruzan los destinos de un camello de poca monta (un excelente Andrés Gertrudix) y de una niña bien con tendencia a la autodestrucción (Irene Escolar). Estos personajes viven dentro de una de las partes de la trilogía "El día del Watussi", de Francisco Casavella. Rodero se sumerge en el muy reconocible universo del fallecido escritor para filmar una película que supone, además de una desgarrada historia de amor, una puesta al día de los códigos y personajes del quinquismo más radical.
Olvidada ya la urgencia del momento y restablecidas las libertades para afrontar un retrato certero de la marginalidad, Rodero huye del cliché para analizar las causas y las consecuencias de lo que acontecía hace dos décadas en esos barrios canallas. Y lo hace con un estilo radical, que apuesta por una planificación pausada, el naturalismo en el retrato de los momentos más truculentos y una fotografía despojada de cualquier tentación retro. Como ya se sabe el final, como se atisba que la droga va a terminar con la vida de estos superhéores de barrio, Rodero elude mitificar estos cadáveres en vida. Simplemente está decidido a dejar testimonio de que estuvieron allí y de que una vez fueron parte importante de nuestra sociedad y, por supuesto, de nuestro cine.
Fernando Bernal (CAHIERS DU CINEMA) Noviembre 2010

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